Muchas costumbres han cambiado en los últimos tiempos. Pasamos más tiempo en casa y eso se nota en una comunidad de vecinos. En mi bloque ahora todos nos conocemos un poco más porque nos vemos mucho más en la ventana, de aquí para allá y de acá para allí. Todos estos cambios de hábitos vecinales me han hecho replantearme algunas cosas con respecto a la casa. Quizás toque hacer algunas reformas para hacer frente a todos estos cambios.

Yo siempre he sido de no tener nada en las ventanas: con las persianas ya era suficiente para mí. Me gustaba tener las ventanas sin cortinas ni estores y nunca me importó demasiado que me vieran, porque tampoco es que mis vecinos estuvieran muy interesados en la vida de los demás: o eso pensaba yo. Solo tenía una cortina veneciana en mi despacho porque ahí da bastante el sol y paso mucho tiempo en ese espacio: esta cortina permite graduar la entrada de luz porque si bajo la persiana me quedo a oscuras y tampoco quiero eso en el despacho.

Pero al margen del despacho no tenía más cortinas. Claro, cuando empezó el confinamiento, los vecinos del bloque empezamos a pasar mucho más tiempo en casa y como no había nada que hacer pues a mirar por la ventana. El edificio en el que vivo tiene forma de ‘u’ de forma que las paredes de enfrente están bastante cerca de mis ventanas. Así es que si los vecinos se asoman casi pueden oler la comida que estás preparando. Y a la hora de aplaudir a las ocho casi parecía que estaban dentro de mi salón ovacionando.

Cuando terminó el confinamiento yo respiré aliviado porque pensé que esto de pasar la vida en la ventana o en la terraza ya iba a quedar atrás, pero no. Me empecé a cansar de ver las mismas caras día tras día fisgando desde la ventana. ¿Quién me iba a decir a mí que uno de los efectos colaterales del virus iba a ser que tuviera que poner una cortina veneciana en cada ventana de casa? Y es que, por vez primera en vida, siento que prefiero mirar hacía dentro de mi casa que hacia afuera.