Una de las cosas positivas que hay  en tener un hijo es la alimentación. Hay que ser tan cuidadoso con su comida que al final te acaba contagiando y terminas comiendo más sano. A nosotros nos ha venido bien porque éramos bastante dejados con la comida, por falta de tiempo y porque tendíamos a que nuestra dieta girara en demasía en torno a la comida precocinada.

Hace poco, en el médico, hablando sobre la alimentación del niño, salió el tema del pescado. Al niño le vuelve loco, le encanta: el pediatra dijo que el pescado es proteina, lo que nos recordó que nosotros no estábamos tomando demasiado en los últimos tiempos. Para arreglar un poco la cuestión, decidimos que los sábados lo íbamos a dedicar al pescado y, de paso, el niño podía comer con nosotros.

Como esos días tenemos más tiempo para cocinar, miramos recetas e intentamos emularlas. De momento, no se puede decir que los platos nos hayan salido de diez. El primer día decidimos hacer una lubina al horno. Nada muy complicado, pero tuvimos un problema con las patatas: quedaron duras. Tanto es así, que el niño no quiso saber nada de las patatas y se tiró directamente a por la lubina.

Hemos aprendido la lección. Lo primero es cortar las patatas lo más finas posibles. También se pueden freír un poco para que ablanden, y ya al final se ponen al horno junto al pescado. La vez siguiente nos salieron mucho mejor.

Que el pescado es proteína nos ha quedado claro hablando con el pediatra, y el niño parece que lo entiende todo. Ojala siga comiendo así de sano en el futuro. Casi más que el pescado, le gusta la fruta. Pongas lo que le pongas, se lo come. Lo último que ha descubierto son las fresas. Le pones cuatro fresas en un bol, y las coja todas con las manos (el quiere tener las manos llenas). Y luego va poco a poco comiendo, a su ritmo.

Entre los sábados de pescado al horno y los kilos de fruta, no se puede decir que el niño no salga barato, pero la salud es lo primero, ¿no?