La irrupción de las pulseras de actividad coincide con la llegada del Fitbit y otras tecnologías vestibles, aunque previamente existieran dispositivos asimilables, como los podómetros. Las smartbands o pulsera gps fueron adoptadas tempranamente por los techie, pero su uso se ha expandido hoy a otros tipos de consumidores.

Los mayores de sesenta y cinco años, por ejemplo, se benefician de este tipo de pulseras, capaces de monitorear sus constantes vitales, compartir datos de interés con cuidadores y personal médico o mantenerles siempre localizables gracias al geoposicionamiento. De este modo, las personas con Alzheimer y otras patologías ven aumentada su seguridad en todas las facetas de su vida diaria.

Adaptadas al mercado de la teleasistencia, las pulseras de actividad se convierten en el mejor aliado de las personas con necesidades especiales, como los discapacitados, los diabéticos o las embarazadas. Estos grupos vulnerables presentan un mayor riesgo de desorientarse, perder el equilibrio o sufrir otros percances. Entregarles una pulsera con botón SOS garantiza que puedan pedir auxilio frente a una situación de emergencia.

Los menores de edad, por su parte, se extravían con relativa facilidad. El uso de pulseras de actividad con función GPS es tranquilizador para sus progenitores, ya que facilitará su búsqueda en caso de producirse una desaparición.

Las víctimas de violencia de género también han sacado partido a las smartbands gracias a su mencionada tecnología de geolocalización. Entregando una unidad a la víctima y otra al agresor, se maximiza la vigilancia y el cumplimiento de las órdenes de alejamiento. Aunque no es una medida infalible, ha aportado un valioso granito de arena en la defensa de los afectados de agresiones domésticas.

Respecto a los deportistas, este tipo de consumidor es uno de los principales targets de las marcas de pulseras de actividad. La posibilidad de medir las distancias recorridas o de controlar el nivel de oxígeno en sangre brinda una información valiosa para este público.