Hay momentos en la vida en la que a uno le llueven los trabajos por todas partes: te empeñas en no querer trabajar pero es como si el mundo te ofreciera un montón de ofertas “irrechazables”. Y luego cuando más necesitas trabajar nadie se acuerda de ti. Hubo una época de vacas gordas en la que yo estaba trabajando en una empresa cultural con un buen sueldo. Todo iba bien y no tenía ninguna intención de buscar más trabajo pero una amiga se empeñó en que colaborara con un amigo suyo.

Era un diseñador freelance que estaba buscando colaboradores. Bueno, en realidad no buscaba nada (de eso me enteré después) pero es que mi amiga era un poco lianta. Según su punto de vista los dos nos parecíamos mucho así que debíamos colaborar… El diseñaba sobre todo logotipos y también hacía campañas con otros estudios. Mi amiga me había mostrado diseño de memorias usb que había hecho él y la verdad es que la mayoría estaban bastante chulos, pero tampoco sabía muy bien dónde podía entrar yo en aquella historia, cuando me dedicaba básicamente a escribir y a temas de gestión cultural.

El chico me presentó en su casa una campaña en la que estaba trabajando para una empresa de material fungible. Él tenía una serie de bloques para un folleto y necesitaba rellenarlo de texto relacionado con las imágenes y los diseños. Vale, lo entendí: necesitaba un copy, lo que pasa que por aquella época no sé ni siquiera si se llamaba así. Redactor publicitario, supongo que valdría como traducción. 

El problema es que yo no tenía mucha idea de publicidad y él tampoco mucha paciencia. Me dijo que él prefería diseños sueltos sin texto, como aquel diseño de memorias usb que me mostró mi amiga. Pero al final me puse con el tema y saqué unos cuántos textos. Cuando me presentó el diseño definitivo me di cuenta que había desechado el 90% de lo que yo había escrito. No me necesita para nada, pero me pagó. Una experiencia extraña en una época en la que me sobraba el trabajo… ¡qué tiempos!