Hay una regla no escrita que aprendes en cuanto pones un pie en la Isla de Ons: cada vista espectacular se paga con una cuesta. Después de pasar la mañana sudando en la subida al faro y sintiendo el vértigo salado en el Mirador de Fedorentos, mis piernas no pedían, sino que exigían, un descanso y una recompensa. Y en Ons, la recompensa tiene un sabor muy definido.

Bajé de nuevo al muelle, a la pequeña aldea de O Curro, que es el corazón palpitante de la isla. Aquí, el aire cambia. El olor a pino y mar abierto de los senderos se rinde ante un aroma mucho más terrenal y poderoso: el del aceite de oliva, el ajo y, sobre todo, el pimentón.

Entrar en uno de los restaurantes de la isla (Casa Acuña, Casa Checho… todos comparten esa misma esencia) es como entrar en una celebración. El ambiente es bullicioso, vibrante, enxebre. No busques lujos minimalistas; aquí el lujo es la autenticidad. Mesas de madera, manteles de papel que se mancharán sin piedad y el sonido constante de las botellas de Albariño enfriándose en sus cubiteras.

Me senté con un hambre voraz, de esas que solo te da el aire del Atlántico. La carta es un homenaje al producto local, pero seamos sinceros: venir a Ons y no comer pulpo debería estar penalizado. Esta isla es la cuna del polbo á feira y la caldeirada.

Pedí una ración de pulpo «á feira». Esperar esos minutos mientras disfrutaba de una cerveza fría, viendo los barcos ir y venir por la ría, fue parte del ritual.

Entonces llegó. En el plato de madera tradicional, humeante. Si tengo que describir ese pulpo, diría que fue una lección de equilibrio. Estaba en ese punto mágico de cocción que roza la perfección: ni chicle, ni deshecho. Tierno, pero con la textura firme del océano. Los cachelos (patatas cocidas) de debajo eran la esponja perfecta para el aceite de oliva virgen generoso y esa mezcla de pimentón dulce y picante que te calienta el alma.

Comer en Ons no es solo «ir a un restaurante illa de ons«. Es el cierre perfecto del círculo. Es entender que la isla no solo te agota con sus caminos, sino que también te cuida y te repone con lo mejor que tiene. Ese plato de pulpo, con el sabor del mar y el esfuerzo del día, fue, sin duda, el mejor trofeo que me llevé de la isla.